Queridísimas niñas
Para los 15 minutos de lectura (si quieren leer un poco), les comparto una historia. Es la historia de un chico que descubrió el camino de la santidad aprovechando las circunstancias tan difíciles por las que tuvo que pasar en la vida. Una corta vida de mucho sufrimiento y una eternidad de gozo total. ahí va:
Carta del 6 de enero de 2020, Epifanía del Señor
Muy
estimados Amigos:
El 14 de
octubre de 2018, el Papa Francisco canonizaba a su predecesor Pablo VI, y
también a Nunzio Sulprizio, un joven que había sido beatificado por ese Papa el
1 de diciembre de 1963, en presencia de todos los obispos reunidos por el
Concilio Vaticano II. Dos aspectos caracterizan principalmente la vida de
Nunzio Sulprizio —subrayaba el Papa Pablo VI el día de esa beatificación: «La
corta duración de su vida y el hecho de haber sido obrero durante algunos años,
duros y tristes, de su adolescencia, pobre y simple aprendiz en un pequeño
taller de un herrero. Joven y obrero, ahí tenéis el binomio que creemos define
al nuevo beato; un binomio de tal esplendor e importancia, que sobra para
llenar de interés su breve y descolorida biografía… Nos preocupa, en cambio,
afirmar que estas dos prerrogativas del nuevo beato —ser joven y obrero— son
compatibles con la santidad. ¿Puede un joven ser santo? ¿Puede un obrero ser
santo? Y más interesante será aún si conseguimos probar que este apreciado
joven no sólo fue digno de la beatificación en cuanto joven y obrero, sino
precisamente porque fue joven y obrero ».
El domingo
13 de abril de 1817, abre los ojos a la vida, en el pueblo de Pescosansonesco,
en el centro de Italia, un niño que recibe en el Bautismo, ese mismo día, el
nombre de Nunzio, en honor a la Anunciación de la Bienaventurada Virgen María.
Su padre, Domenico Sulprizio, es zapatero, y su madre, Rosa Luciani, hilandera.
Cuando
apenas cuenta tres años, el niño recibe el sacramento de la Confirmación,
aprovechando que el obispo de Pescara pasa por una aldea vecina. En agosto de
1820, Domenico, su padre, muere a la edad de veintiséis años, dejando sin
recursos a su mujer. Dos años más tarde, Rosa se vuelve a casar, pero el
padrastro de Nunzio se muestra duro con él. No le demuestra mucho afecto, le pega
y le humilla por cualquier insignificancia, de tal manera que el niño se vuelve
tímido y especialmente sensible. Nunzio siente gran apego hacia su madre y su
abuela materna, y asiste a una pequeña escuela abierta por un sacerdote. Son
las horas más serenas de su vida, en las que aprende a conocer a Jesús, el Hijo
de Dios hecho hombre y muerto en la cruz para la expiación de nuestros pecados;
también empieza a rezar y se inicia en la lectura y en la escritura. El 5 de
marzo de 1823, Nunzio pierde a su madre, siendo acogido en casa de su abuela
materna, Rosaria Luciani, analfabeta pero rica en fe y en caridad. El niño
ingresa en una escuela destinada a los más pobres. Su corazón puro se complace
en ser monaguillo y en visitar con frecuencia a Jesús en el sagrario; siente
gran horror por el pecado y un verdadero deseo de parecerse al Señor Jesús. Sin
embargo, en 1926, con apenas nueve años, Nuncio experimenta el dolor de perder
a su abuela, a quien amaba profundamente.
Golpeando el yunque
Entonces,
el niño es recogido por su tío Domenico Luciani, llamado familiarmente “Mingo”,
un hombre entregado al alcohol y extremadamente colérico, brutal y grosero.
Saca a Nunzio de la escuela y lo coloca como aprendiz en su taller de forja,
donde lo emplea durante más de doce horas al día, sin ningún miramiento por su
corta edad ni por sus necesidades vitales más elementales. Cuando le parece que
su sobrino no es suficientemente obediente, lo deja sin comida. Debido a su
delgadez, en ocasiones Nunzio se desmaya, pero el tío no lo tiene en cuenta.
Mingo lo envía a hacer compras, cualesquiera que sean las distancias o los
materiales que debe transportar. No se salva de los golpes, siempre acompañados
de palabrotas y blasfemias. Los demás hombres que trabajan en la forja también
lo tratan con crueldad, y, conscientes de la sensibilidad del niño, se
divierten blasfemando ante su presencia. Nunzio huye entonces tapándose los
oídos. Algunos días, agotado de fatiga y de hambre, pide ayuda a los vecinos.
Su gran fe le da apoyo y le permite no sucumbir. En el taller, mientras golpea
el yunque, trabajo inhumano para un niño, piensa en su gran amigo, Jesús
crucificado, reza y ofrece sus sufrimientos, en unión con Él, en reparación por
los pecados del mundo, para cumplir la voluntad de Dios y ganar el Cielo. Los
domingos, aunque nadie lo envía, acude a Misa, que es su único consuelo de la
semana.
Al
dirigirse a los jóvenes, el Papa Pablo VI decía: «Nunzio Sulprizio os dirá a
vosotros, jóvenes, cómo santificó e iluminó vuestros años; él es una gloria
vuestra.
Él os dirá
que la juventud no ha de considerarse como la edad del libertinaje, de las
caídas inevitables, de crisis invencibles, de pesimismos desalentadores y de
egoísmos exacerbados, y sobre todo os dirá que ser joven es una gracia, una fortuna.
San Felipe Neri repetía: “Bienaventurados vosotros, los jóvenes, porque tenéis tiempo
de hacer el bien”. Es una gracia, una fortuna ser inocentes, ser puros,
alegres, fuertes, estar llenos de ardor y de vida, como lo son y deberían serlo
hombres que han recibido una existencia nueva y fresca, regenerada y
santificada por el Bautismo; tienen un tesoro no para disiparlo locamente, sino
para conocerlo, guardarlo, trabajarlo, desarrollarlo y dedicarlo a producir frutos
vitales, beneficiosos para sí y para los demás… Os demostrará que vosotros,
jóvenes, podéis regenerar en vosotros mismos el mundo donde habéis sido
llamados a vivir por la Providencia, y que a vosotros os toca, en primer lugar,
consagraros a la salvación de una sociedad que tiene precisamente necesidad de
espíritus fuertes y decididos. Os indicará las supremas palabras de Cristo: la
cruz, el sacrificio son la salvación nuestra y la del mundo. Los jóvenes
comprenden esta suprema vocación ».
La energía y la luz
En una
dura madrugada de invierno, Mingo envía a su sobrino, con los hombros cargados
de material, a una granja aislada. De camino, Nunzio resbala en una charca de
agua helada. Por la tarde, regresa agotado, con una pierna hinchada y la cabeza
ardiendo de fiebre. Se acuesta sin decir nada, pero al día siguiente ya no
puede más. El medicamento que el tío le prescribe es sencillo: que vuelva al trabajo,
espetándole lo siguiente: « ¡si no trabajas, no comes!». Nunzio vuelve a su
labor. Cuando puede, se refugia en la iglesia para rezar, donde recibe el gozo,
la energía y la luz de Jesús sacramentado. Cuando no puede acercarse al
sagrario, busca y halla a Dios en su propio corazón. Gracias a su excepcional
unión con Dios, conserva la sonrisa y perdona: « ¡Es lo que Dios quiere!
¡Hágase la voluntad de Dios! ». Su gozo interior y su caridad le procuran la
bondad de los campesinos de su alrededor, quienes gustan de charlar con él. Y
él lo aprovecha para hablarles de Nuestro Señor y aportarles simplemente algo
de catecismo.
« Para
vosotros, trabajadores —añadía el Papa Pablo VI—… el mensaje del beato Nunzio
Sulprizio es, ante todo, que la Iglesia piensa en vosotros, que confía en
vosotros y os aprecia, que ve en vuestra condición la dignidad del hombre y del
cristiano, que el peso mismo de vuestro trabajo es el título para vuestra
promoción social y para vuestra grandeza moral. También dice su mensaje que el
trabajo es sufrimiento y que también tiene necesidad de protección, de
asistencia y ayuda para que sea libre y humano, y permita a la vida su legítima
expansión. También os dirá que el trabajo no puede separarse de su gran
complemento, la religión; la religión da la luz, es decir, las razones supremas
de la vida, y determina, por tanto, la escala de los verdaderos valores de la
vida misma ; la religión que da descanso, interioridad, nobleza, purificación y
consuelo al trabajo físico y a la actividad profesional ; la religión que
humaniza la técnica, la economía, el orden social ; la religión hace grandes,
buenos, justos, libres y santos a los hombres laboriosos. Y, por tanto, Nunzio
os dirá que es injusto privar la vida del trabajador de su alimento supremo y de
su expresión espiritual, la oración ; os dirá que no hay nada más nocivo a
vuestro espíritu, a vuestra vida familiar y social, que ignorar a Cristo ; que
no hay nada más injusto, peligroso y fatal que declararse hostil o indiferente a
Él, el gran Amigo, y, finalmente, que nadie como un trabajador de corazón
fuerte y honesto es llamado a estar cerca de Él, a recibir su evangelio y a
gozar de su salvación ».
« ¡Te encargarás del fuelle! »
Un día, a
Nunzio le cae un martillo sobre el pie. Para limpiarse la llaga, se arrastra
hasta la gran fuente del pueblo, pero pronto es expulsado por las mujeres que
están lavando allí la ropa, temiendo que ensucie el agua. Ya no puede trabajar
como antes, y su tío le dice: « ¡Si ya no puedes levantar el martillo, te
quedarás quieto y te encargarás del fuelle! ». Es una tortura indescriptible para
el niño. Mingo llega incluso a atarlo con las cadenas del fuelle para obligarlo
a trabajar. Rindiéndose finalmente a la evidencia, lo envía para que lo curen en
una ciudad vecina, pensando que ese sobrino inútil ya no regresará. De abril a
junio de 1831, Nunzio es hospitalizado, pero el tratamiento resulta impotente para
curarle la llaga, que se gangrena. No obstante, esas semanas de descanso le
hacen mucho bien; allí ejerce la caridad con los demás enfermos y reza
intensamente. De regreso a casa del tío, se ve obligado a mendigar para subsistir.
« Sufro muy poco —afirma—, ¡con tal de que consiga salvar el alma y amar a Dios…!
». En esa situación, su única luz es el crucifijo. Francesco Sulpizio, otro tío
de Nunzio, que es cabo en el ejército de los Borbones en Nápoles y que ha oído hablar
del trato cruel que recibe su sobrino, se presenta en 1832 en la forja de Mingo
y pide que le entregue a Nunzio. El herrero acepta de buen grado que se lleven
a ese trabajador inútil. Profundamente conmovido por el miserable estado del
adolescente, Francesco se lo lleva a Nápoles y lo presenta al coronel Felice
Worchinger, hombre piadoso y caritativo, quien manifiesta su disposición a
hacerse cargo del muchacho y a cubrir todas sus necesidades.
La Virgen
María puso en el camino de Nunzio a dos hombres llenos de compasión. Con motivo
de la Jornada del enfermo del 11 de febrero de 2018, el Papa Francisco nos
instaba a pedir esa sensibilidad ante el sufrimiento del prójimo, que tanto
necesita el mundo: «A María, Madre de la ternura, queremos confiarle todos los
enfermos del cuerpo y del espíritu, para que los sostenga en la esperanza. Le
pedimos también que nos ayude a acoger a nuestros hermanos enfermos. La Iglesia
sabe que necesita una gracia especial para estar a la altura de su servicio
evangélico de atención a los enfermos. Por lo tanto, la oración a la Madre del
Señor nos ve unidos en una súplica insistente, para que cada miembro de la
Iglesia viva con amor la vocación al servicio de la vida y de la salud».
¿Cómo quejarme?
Nunzio es
trasladado inmediatamente al hospital de Santa María del Pueblo, reservado a
los desahuciados. La caries ha atacado ya los huesos, provocando intensos
dolores. Ante su inalterable paciencia y las virtudes que manifiesta, los
médicos y enfermos acaban comparándolo con san Luis Gonzaga. Un sacerdote le pregunta:
« ¿Sufres mucho? —Sí; cumplo la voluntad de Dios. — Qué te gustaría? —Querría
confesarme y recibir a Jesús por primera vez. — ¿Aún no has tomado la primera
Comunión? —No, en nuestra región debemos esperar hasta cumplir los quince años.
— ¿Y tus padres? —Murieron. — ¿Y quién se encarga de ti? —La Providencia de
Dios ». Enseguida lo preparan para recibir a Jesús en la Comunión; ese día es
realmente el más hermoso de su vida. Su confesor dirá: « Desde ese momento, la
gracia de Dios comenzó a trabajar en él de una manera extraordinaria,
haciéndolo correr de virtud en virtud. Toda su persona respiró el amor de Dios
y de Jesucristo ». En su calvario, Nunzio es gratificado con visiones de la
Santísima Virgen, de los ángeles y de los santos. Los vendajes de sus llagas
empiezan a manifestar propiedades milagrosas. Así lo experimenta una dama de Nápoles
al aplicárselos a su rodilla enferma.
Abrumado por
ello, el coronel se pregunta: « ¿Cómo quejarme de las pruebas que me
presenta el Señor ante ese heroico coraje con que Nunzio afronta su enfermedad?
¿Cómo retrasar el momento de compartir mi abundancia con los pobres, si
él, que es sin duda el más pobre de todos, rechaza lo que le ofrecen y lo da a
los demás? ». Los tratamientos médicos consiguen una mejora en su salud, de
forma que Nunzio puede abandonar las muletas y caminar con ayuda de un bastón.
Su serenidad se hace más profunda mediante la oración en la capilla ante el
sagrario y el crucifijo, o bien ante Nuestra Señora de los Dolores, o incluso
en la cama. Se convierte en el ángel y apóstol de los demás enfermos, enseña el
catecismo a los niños hospitalizados, los prepara para la primera Confesión y
para la primera Comunión, y les explica cómo vivir más intensamente en su
condición de cristianos, a través del sufrimiento. Los que se acercan a él
sienten el encanto de su vida de santidad. Él recomienda lo siguiente a sus
compañeros de hospital: « Permanece siempre con el Señor, pues todo bien
procede de Él. ¡Sufre por el amor de Dios y con alegría! ». Le gusta invocar a
la Virgen diciéndole: « ¡Madre María,
haz que cumpla la voluntad de Dios ! ». En su mensaje de la Jornada Mundial del
enfermo del 11 de febrero de 2017, el Papa Francisco escribía: « Bernardita,
después de haber estado en la Gruta y gracias a la oración, transforma su
fragilidad en apoyo para los demás; gracias al amor se hace capaz de enriquecer
a su prójimo y, sobre todo, de ofrecer su vida por la salvación de la
humanidad. El hecho de que la hermosa Señora le pida que rece por los
pecadores, nos recuerda que los enfermos, los que sufren, no solo llevan
consigo el deseo de curarse, sino también el de vivir la propia vida de modo
cristiano, llegando a darla como verdaderos discípulos misioneros de Cristo. A
Bernardita, María le dio la vocación de servir a los enfermos y la llamó para
que se hiciera Hermana de la Caridad, una misión que ella cumplió de una manera
tan alta que se convirtió en un modelo para todos los agentes sanitarios.
Pidamos
pues a la Inmaculada Concepción la gracia de saber siempre ver al enfermo como
a una persona que, ciertamente, necesita ayuda, a veces incluso para las cosas
más básicas, pero que también lleva consigo un don que compartir con los demás
».
La primera persona
A partir
del 11 de abril de 1834, Nunzio se aloja en el apartamento del coronel
Worchinger, su segundo padre. Su deseo es consagrarse a Dios. En espera de
ello, pide la aprobación de su confesor para aplicar una regla de vida que
observa con esmero: oración, meditación y Misa matutina, horas de estudio
durante el día y rezo del Rosario por la tarde. Transmite a su alrededor la paz
y la alegría. El venerable Gaetano Errico, que se encarga de las fundaciones de
la congregación de los Sagrados Corazones, promete acoger al joven en su
familia religiosa en cuanto las circunstancias estén más avanzadas.
« Se trata
de un joven santo —afirma—, y deseo que la
primera persona que ingrese en la congregación sea santa, lisiada o no ». Pero,
muy pronto, el estado de Nunzio se agrava: el cáncer de huesos que padece ya no
puede curarse. En otoño de 1835, los médicos deciden amputarle la pierna
enferma, pero la extrema debilidad del enfermo les obliga a renunciar a ello.
En marzo
de 1836, la fiebre llega a ser muy alta y el corazón da muestras de debilidad.
El sufrimiento es muy agudo; Nunzio reza y se entrega por la Iglesia, los sacerdotes
y la conversión de los pecadores. A quienes le visitan les dice: « Jesús sufrió
mucho por nosotros y, gracias a sus méritos, nos espera la vida eterna. Si
sufrimos durante un momento, gozaremos del paraíso… Jesús sufrió mucho por mí.
¿Por qué no debería yo sufrir por Él ?… Quisiera morir para convertir aunque
solo sea a un pecador ». El 5 de mayo, pide un crucifico y manda llamar a un
confesor. Recibe los sacramentos y consuela al coronel, su bienhechor: «
Regocíjate, pues siempre te asistiré desde el Cielo ». Por la tarde, exclama
lleno de felicidad: « ¡Nuestra Señora, Nuestra Señora, mirad qué hermosa es! »,
y se duerme en el Señor. Tiene diecinueve años. Un perfume de rosas se expande
a su alrededor; su cuerpo, deteriorado por la enfermedad, aparece singularmente
bello y fresco. Su tumba se convierte enseguida en lugar de peregrinación.
Unos frutos inexplicables
So lamente
se ha conservado una carta de Nunzio escrita de su puño y letra. La redactó
unos meses antes de morir e iba dirigida a su tío Mingo. En ella, Nunzio no
manifiesta ninguna amargura ni resentimiento, pues su corazón estaba exento de
ello, ya que el Espíritu Santo había producido en él sus mejores frutos (cf. Ga
5, 22s). El Papa Pablo VI se interrogaba sobre esos frutos, inexplicables sin
la gracia: « No será difícil descubrir en el beato que hoy la Iglesia propone a
nuestra consideración temas profundos y fecundos de estudio y simpatía. Su
infancia, por ejemplo, huérfana y pobre, marcada por tantas tribulaciones, nos
invita a una gran meditación, perturbadora para quien no es de la escuela de
Cristo, sobre el misterio del dolor inocente. ¿Cómo de una infancia en que se
acumuló el peso de la soledad, de la miseria, de la brutalidad, no brotó, como de
ordinario acontece, una psicología enferma y rebelde, una adolescencia
insolente y corrompida? ¿Cómo esta vida juvenil, llena de infelicidad e
indigente, florece desde los primeros años con una inocente, paciente y sonriente
bondad? Y también el problema de su religiosidad, ¿de dónde ha surgido una
piedad tan viva, tan firme, tan perseverante, tan personal ?… Y puede también
suceder, y será el mejor descubrimiento, que nos haga advertir la acción
invisible del Maestro divino, que, como en otras muchas vidas de santos
aparece, hace su alumna privilegiada al alma pura, iniciada por el dolor en el
recogimiento, no adoctrinándola por medio de libros o maestros, sino con una
ciencia que nace del interior, en las verdades de la fe y los misterios del
reino de Dios. De esta forma quedará resuelto el problema de cómo este enfermo
y desdichado comprendía, además de su dolor, el de los demás, sus necesidades y
las de los otros. La paciencia, la mansedumbre, la caridad solícita y servicial
de este adolescente, enfermo incurable y lisiado, se pueden, sí, narrar y
describir; la compañía de un coronel de corazón de oro es una figura destacada en
su breve historia; pero humanamente hablando, esa bondad resulta inexplicable ;
nos advierte que estamos ante el mejor secreto de Nunzio, el que buscamos, el
de su santidad ».
En su
homilía de canonización, el Papa Francisco decía: « Jesús es radical. Él lo da
todo y lo pide todo: da un amor total y pide un corazón indiviso. También hoy
se nos da como pan vivo; ¿podemos darle a cambio las migajas? A Él, que se hizo
siervo nuestro hasta el punto de ir a la cruz por nosotros, no podemos
responderle sólo con la observancia de algún precepto. A Él, que nos ofrece la
vida eterna, no podemos darle un poco de tiempo sobrante. Jesús no se conforma
con un “porcentaje de amor”: no podemos amarlo al veinte, al cincuenta o al sesenta
por ciento. O todo o nada.
Queridos hermanos
y hermanas, nuestro corazón es como un imán: se deja atraer por el amor, pero
sólo se adhiere por un lado y debe elegir entre amar a Dios o amar las riquezas
del mundo (cf. Mt 6, 24); vivir para amar o vivir para sí mismo (cf. Mc 8, 35).
Preguntémonos de qué lado estamos. Preguntémonos cómo va nuestra historia de
amor con Dios. ¿Nos conformamos con cumplir algunos preceptos o seguimos a
Jesús como enamorados, realmente dispuestos a dejar algo para Él? Jesús nos pregunta
a cada uno personalmente, y a todos como Iglesia en camino: ¿somos una Iglesia
que sólo predica buenos preceptos o una Iglesia-esposa, que por su Señor se
lanza a amar?».
Pidamos a san Nunzio
que nos conceda la gracia de la entrega total de nosotros mismos, cada uno
según su vocación, y de una plena docilidad a la acción santificante del
Espíritu de Verdad y de Amor